THE LESBIAN SISTERS

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Fotos de Eugenia Gusmerini

sábado, 6 de febrero de 2016

Breve bosquejo sobre la amistad y algunos de sus alrededores



Una piedra lanzada por la mano de un amigo es como una flor. Proverbio árabe

Artículo publicado en el número XXVIII de la Revista Excodra

Ahora que afronto una minúscula reflexión sobre la amistad, me pregunto cuándo el ser humano -o algunos de sus homínidos predecesores- generaron por primera vez una relación de amistad. ¿Quizás en la celebración de una caza? ¿Quizás en un intercambio de herramientas o abalorios? ¿Quizás en la felicidad de un nacimiento profetizado? ¿Quizás a partir de una alianza entre tribus enemigas que se dieron cuenta de que juntas alcanzarían objetivos superiores? Sin embargo, no puedo evitar recurrir a mi génesis cultural y entrever una incipiente relación de amistad entre la serpiente y Eva y, por supuesto, entre Adán y Eva. La confianza depositada en los consejos de la serpiente parece obvio que es, por un lado, la ruptura de una eternidad que por otra parte la criatura creada por Dios, nunca pidió, y por otra, la ruptura de la confianza entre hombre y mujer -que tantos prejuicios nos ha generado a nosotras-, con el mordisco de la manzana. El origen mítico de esta ruptura de confianza conforma buena parte de la esencia de nuestra sociedad occidental. Pues también el laicismo surge del rechazo a las religiones monoteístas, principalmente la católica. La amistad es confianza depositada en una alianza entre dos seres.
Para los estoicos, la amistad procede de una característica proporcionada al hombre -hoy dirían ser humano, pero ya sabemos que los griegos cuando hablaban de hombre se referían al sujeto masculino singular- por la naturaleza, que es la sociabilidad; por otro, el origen del afecto amistoso se encuentra en la atracción mutua que experimentan las personas de bien al encontrar en las demás semejanzas basadas en el ejercicio de la virtud; no es, desde luego, tal como defienden los epicúreos, la manifestación de una carencia que desea suplirse con un amigo, según podemos encontrar en la introducción al libro de Cicerón, Sobre la amistad. En el estudio de Cicerón, la amistad se observa también desde la perspectiva que aporta la división del vínculo amistoso en el ámbito privado y en el ámbito ideológico. Establece, el noble romano, una característica irrenunciable que constituye el éxito de una relación amistosa: la lealtad.
La amistad es el amor incondicional hacia otra persona exento de la rémora de la cotidianidad compartida desde la intimidad. A una amistad no le exigimos la constancia en las facultades, en la demostración de afecto continuado y los trabajos diarios de labranza para el crecimiento mutuo, como sí se la demandamos a las personas que, por suerte o por desgracia, son nuestras parejas. Como ocurre con las parejas, entre los-as amigos-as se producen los flechazos -siempre recordaré la primera vez que vi a mi amigo Albert o a mi amiga Ana entrar en clase, uno de dramaturgia, la otra del Instituto- que pueden ser mutuos o unilaterales, pero que logran despertar en algún momento lo que no hemos visto en ellos-as o no han visto en nosotros-as. Un flechazo es la vibración de los sentidos despertando nuestra alma mientras reconocemos a alguien que nos resulta familiar y del cual ya sabemos sin saber; sea un vínculo de amistad, sea un vínculo de amor sentimental. Entre dos que serán amigos-as , antes de que se establezca el afecto, pueden producirse circunstancias con intereses y/o ideologías y/o formas de comprensión humana próximas que favorecen la creación de un vínculo de amistad de orden más progresivo. Lo importante en ambos casos es el cuidado y el cultivo de esta alianza pues la amistad, se origine como se origine, precisa de riego y comunicación frecuentes; incluida la telepática, cuántas veces nos ha llamado un-a amigo-a y le hemos confesado sorprendidos, ¿sabes que estaba a punto de llamarte yo? ¿sabes que estaba pensando en ti ahora mismo?. Sin ese abono periódico -según se precise, según el grado de profundidad, según las fases que atraviese la propia relación-, la amistad también puede marchitarse.
En el vínculo amistoso hay dos verbos imprescindibles que cuando se erosionan -pues el verbo es acción y en tanto que acción precisa de presencia- afectan al discurrir de la relación: compartir y conversar. ¿Cómo mantener el vínculo amistoso y el sentimiento de afecto intactos sin compartir ni conversar? Existe un acuerdo tácito en el vínculo amistoso en el que se le pide al amigo-a que comprenda cualquier cosa, en ocasiones que ampare cualquier cosa, en pocas, escasas, ser cómplice de algo al límite de lo moralmente aceptable, incluso de lo legalmente aceptable, rasgo que los clásicos denuncian pues delata una falta de calidad en la amistad, pero esta comprensión rayana en lo amoral para con el amigo-a se hace inviable si no hay experiencias compartidas o conversaciones que derrochar con cierta frecuencia. Compartir de tanto en tanto y conversar de tanto en tanto son las únicas maneras de ir acompañándonos en nuestra personal transformación de vida en el camino que nos ha tocado transitar. A menudo, las separaciones entre amigos y amigas las sentencia el tiempo, la ausencia y el silencio.
Cualquier persona supera el dolor de un desamor y llega a perdonar a aquel o aquella que, por las razones que fueren, no supieron o no pudieron gestionar mejor el final de una relación; incluidas las infidelidades, las mentiras, los desaires. Pero la traición de un-a amigo-a es una herida difícil, muy difícil de curar; casi imposible. Pues a un-a verdadero-a amigo-a se le puede permitir la discrepancia, las salidas de tono, las bromas cargadas de ironía, las ausencias misteriosas, la indisponibilidad momentánea ante un reclamo puntual, pero lo que no se le perdona -o cuesta tanto que se necesitan varios lustros o varias vidas-, pues no entra en el manual de ética de la amistad, es que quebrante la confianza otorgada de las reglas implícitas que se han ido pactando en esa amistad. Es más fácil que dos que fueron amantes se reencuentren en el corazón que dos que fueron amigos-as pero sufrieron la herida de la traición vuelvan a serlo. Me resulta inevitable recordar una de las grandes películas cuyo tema central es la traición entre dos amigos: Ben-Hur. La primera película que vi en el cine. Tenía diez años y me fascinó. Messala, vencido tras la carrera de cuádrigas, al borde de la muerte, en la mesa del cirujano, con las piernas tan maltrechas que deben amputarse, no permite que el médico actúe porque espera la llegada de Ben Hur. El médico le insta a darse prisa, su vida está en peligro.
-Él vendrá -ruge Messala. Cierto. Al fondo de la imagen, la figura del amigo traicionado, que se ha cobrado su venganza, acude a la llamada. Él vendrá contiene todo el despecho del que es capaz de sentir un amor incondicional traicionado. Sea o no, Ben-Hur la historia de un amor homosexual encubierto entre el príncipe Ben-Hur y el tribuno Messala, como escritores como Gore Vidal argumentan, es sin duda la historia de una amistad truncada y el terrible mal que eso puede llegar a provocar. Sólo el que fue tu verdadero amigo puede convertirse en un enemigo de calidad.
La amistad es uno de los más nobles vínculos que pueden establecerse entre dos seres humanos libres. Como afirma Albert Camus, la amistad es la ciencia de los hombres libres. Añado aquí que la amistad contribuye a la formación de la persona en los valores que nos hacen más humanos, más persona en cuanto a sujeto que convive en concordia con otros sujetos, y nos alejan de la apatía y la falta de compasión con lo ajeno. En este instante considero a los animales como seres también susceptibles de generar vínculo amistoso. No en vano el dicho recuerda que el perro es el mejor amigo del hombre. En definitiva, conocerás la calidad ética de una persona, por la calidad humana de sus amistades. O lo que es lo mismo, dime con quien andas, te diré quien eres.
Recientemente he leído en una noticia que me ha congratulado: La amistad favorece la salud de las personas. Un equipo de investigadores de la Universidad de los Ángeles se sorprendió al comprobar que cuando es liberada la hormona de la oxitocina frente al estrés, los amigos sienten la necesidad de agruparse. Y cuando se juntan, la oxitocina aumenta, la dopamina aumenta -estimula el amor y la ternura- y la fenilalalina aumenta -genera entusiasmo y alegría-, cosa que ayuda en gran medida a liberar el estrés y provoca sensaciones confortables y divertidas. Además, reduce los riesgos relacionados con la presión arterial, el colesterol, prolonga la vida y, para concluir el resumen, confirma -científicamente, cosa que en nuestra sociedad tiene ahora más seguidores dogmáticos que la fe y/o las creencias tradicionales- que la amistad ayuda a superar los momentos críticos. La pieza se la he enviado a dos de mis mejores amigos. Estoy seguro de que la amistad alarga la vida, escribió mi amigo. Realmente me encantan estos estudios científicos que validan obviedades, respondió mi amiga.
Un-a amigo-a no es un-a terapeuta, aunque a veces lo parezcan. Sin embargo, un-a buen-a amigo-a es la escucha, la palabra y el refugio que nos recuerda siempre que caminamos acompañados-as, que no estamos solos-as en el universo. Qué mal se va aguantando la soledad con el tiempo, el papel qué ingrato se vuelve, cómo se llaman los ojos de un amigo reflejados en un vaso de vino; se daría por esa mirada todos los imperios, escribe Carmen Martín Gaite en uno de sus Cuadernos de todo. Martín Gaite que nunca dejó de profundizar en la búsqueda del interlocutor-a deseado-a, esa mirada, esa voz, ese cómplice vital, esa alma ajena pero familiar con la que vamos hilando la vida en conversaciones, en cafeterías, en cartas, en regalos, en fiestas de bailar, en lecturas compartidas y recomendadas, en borracheras de juventud, en recuerdos y olvidos, en los dolores que nos asolan, en las alegrías que nos llenan, en la celebración constante de la risa y en el llanto compartido pupila frente a pupila, pues la amistad es la enciclopedia de nuestra memoria personal conservada a duetto en momentos de luz, de penumbra y oscuridad.
La amistad es la gloria de mantenerse unidos-as a pesar de las tempestades, es el balcón desde el que se comen pipas mientras se sueña despiertos-as y es la risa contagiosa que vertemos en momentos efímeros que se viven como eternos.
La amistad nos concede el don de la ligereza y nos ayuda a comprender que esto que llamamos mundo sin compartir, sin respetar, sin escuchar, sin aprender, sin ponerse en la piel del otro-a es un lugar frío, muy frío, glacial, desprovisto de la magia del vivir, de todas esas cosas que hacen que la vida valga la pena y la alegría.

Laura Freijo Justo
Santa Coloma de Gnet, viernes 29 de enero de 2016

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